10 julio 2010

20.- Como una vela

Hace años publiqué ésto en otro sitio. Lo rescato porque acabo de descubrir una cosa: ¡en Madrid no se suda!

Era el verano más caluroso que recordaba. La habitación parecía un horno, pero se estaba peor fuera. Eran las cinco, a penas soplaba viento y cuando lo hacía parecía escocer la piel. Ya no quedaban hielos en el congelador, no había nada líquido en la nevera y el agua salía caliente del grifo. Parecía mentira que dijeran que aun iban a subir más las temperaturas. Si al menos hubiera alguien con quien hablar… pero hoy todos se habían ido, y ella se aburría yendo de una habitación a otra dentro de la casa buscando el lugar más fresco. Pero este lugar no existía así que se sentó abatida en la cama sin hacer. ¿Por qué hacerla, con ese calor? También se hacía imposible dormir en ella y el cansancio parecía acumularse a esas horas del día.

Un poco de viento sopló por la ventana revolviéndole el pelo y evaporando el sudor que éste creaba en la nuca. Fue asomarse, pero ya no soplaba más. Sin pensar en nada volvió a sentarse en la cama y se quedó totalmente quieta. Empezó a respirar por la boca, tratando de sentir cada gota de sudor. Al fin y al cabo eso quería decir que su cuerpo se estaba refrigerando. La boca, la espalda, el pecho… nada escapaba a ese calor, y ella sentía que se consumía como una vela. Cada gota que le resbalaba por el cuerpo suponía para ella un alivio. Aunque le hacían cosquillas ella trataba de no frenarlas para aprovechar al máximo ese curso de agua, ni dejaba que el vestido blanco las chupase. Al final no pudo más y empezó a rascarse comenzando por un brazo que le picaba de hacía tiempo. Su piel siempre había sido excesivamente blanca y sensible y estaba segura de que le iba a salir un sarpullido de tanto calor. Se arañaba, y debido al sudor, daba la sensación de que la piel se le quedaba prendida bajo las uñas, como la roña, como trazando un surco en la cera. Ya no miraba a ningún sitio. No se sorprendió al notar que las gotas efectivamente eran de cera, ni pareció notar como se le dobló el cuello y se deformaron sus hombros, ni le dolió despellejarse los brazos hasta el hueso con las uñas. Tras consumirse totalmente sólo quedó una masa blanca dura y seca, sólidamente pegada al suelo sobre el vestido y la cama.

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